Euphorbia es un género de plantas tan grande y variado que alberga al menos 5.000 especies diferentes, de las que sólo 2.000 han sido aceptadas científicamente.
El término Euphorbia proviene del nombre Euphorbus, médico griego de Juba II, rey de Mauritania. Gracias a la educación recibida en Roma, Juba se casó con la hija de Cleopatra y Marco Antonio. Este, que era un gran apasionado de la botánica, escribió acerca de una planta que había encontrado en las laderas del monte Atlas y que era muy parecida al cactus africano. Según escribió, esta planta era utilizada como un poderoso laxante. Se cree que podría tratarse de la Euphorbia resinífera.
Euphorbus tenía un hermano llamado Antonius Musa, médico de César Augusto en Roma. Pues bien, cuando Juba se enteró de que César había dedicado un estatua a su médico, decidió que él le otorgaría, a la especie descrita en sus libros, el nombre de su médico, dando lugar al género Euphorbia.
La palabra deriva a su vez de los términos griegos: eu– ‘bueno’, y –phorbe ‘pasto o forraje’. Por tanto, el nombre de Euphorbos vendría a significar “bien alimentado”.
Más tarde, en 1753, Carlos Linneo, quien también se encargó de nombrar y describir el género Tilia, le asignó el nombre a todo el género.
Características de las Euphorbia
Como podrás imaginar, al tratarse de un género tan extenso las características de las plantas que lo conforman son muy dispares. Podemos encontrar especies de árboles pequeños o arbustos, pero también plantas herbáceas.
Aunque es bastante complicado definir unos parámetros comunes a todas estas especies de Euphorbia, sí contamos con algunas características más o menos asentadas.
La primera de ellas: su procedencia. Este género de plantas es propio de zonas con clima cálido y templado. Por este motivo, las podremos encontrar en las zonas tropicales y subtropicales de África y América, aunque también en las zonas de clima templado como España o Italia.
En cuanto a su forma, en el género Euphorbia predominarían tres morfologías especialmente:
– Árboles de pequeñas dimensiones como Euphorbia tirucalli, Euphorbia ingens o Euphorbia trigona.
– Arbustos como la Euphorbia láctea o Euphorbia cotinifolia.
– Plantas herbáceas como Euphorbia serrata, Euphorbia characias o Euphorbia paralias.
Respecto a la estructura de sus flores, casi la totalidad de ellas, con un par de excepciones, poseen una flor femenina y muchas flores masculinas. La flor femenina segrega una gran cantidad de néctar encargada de atraer a todos los polinizadores de la zona. Esta condición se conoce como monoicismo.
Toxicidad del látex
Otro de los rasgos comunes que merece mención aparte es la producción de látex. Esta sustancia de aspecto blanquecino y lechoso puede llegar a ser más o menos tóxica según la especie.
Sin embargo, en contra de lo que pueda parecer, en las dosis adecuadas el látex producido por algunas especies de Euphorbia es muy utilizado como medicina alternativa. Este es el caso de la Euphorbia canariensis, originario de las Islas Canarias. El cardón, como es conocido popularmente, se ha empleado como laxante, cicatrizante e, incluso, como remedio natural para el dolor de muelas.
Un ejemplo de la toxicidad del látex producido precisamente por esta especie es su uso como aturdidor en la técnica de pesca llamada: “embarbascar”. Este método consistía en recoger los peces que quedaban atrapados en los charcos cuando bajaba la marea. Para facilitar la tarea, los pescadores echaban un trozo de tallo de cardón o el propio látex para aturdir a los peces y poder atraparlos con mayor facilidad.
Diferencias entre Euphorbia y Cactus
A nadie se le escapa el gran parecido de algunas especies de Euphorbia con los famosos cactus. Pero debes saber que, aunque lo parezcan, los cactus no son ningún tipo de Euphorbia, ni siquiera pertenecen al mismo género.
Podríamos decir que tanto Euphorbia como cactus son plantas suculentas, pero no todas las suculentas son cactus. Las denominadas suculentas son aquellas plantas que tienen la capacidad de albergar agua en su interior. La planta de este tipo más conocida es sin ninguna duda el Aloe vera, que es suculenta pero no cactus.
La principal diferencia, aunque no es evidente a la vista, la encontramos en su procedencia. Mientras que los cactus son nativos exclusivamente del continente americano, el género Euphorbia tiene presencia en una gran parte del globo terráqueo.
En segundo lugar, tratándose probablemente del rasgo más llamativo, tenemos las espinas. Los cactus poseen hojas modificadas en forma de espina, que nacen directamente de las areolas o yemas, lo que les da una mayor protección. En cambio, en el caso de las euphorbiáceas, las espinas, a menudo distribuidas en pares, nacen directamente del tallo y no son consideradas hojas.
Una tercera diferencia la tenemos en el látex de su interior, ya que los cactus no lo producen. En su interior únicamente almacenan agua, por lo que, si les quitaras una de sus “espinas”, no saldría ningún líquido blanco.
En último lugar tenemos la inexistencia de hojas en los cactus. Al menos tal y como las conocemos. Ya hemos comentado que las espinas de los cactus son en realidad hojas modificadas, por lo que estrictamente hablando sí tienen hojas. En cambio, las Euphorbia sí pueden presentar hojas como en el caso de la Corona de Cristo o Euphorbia mili.
Relevancia científica de la Euphorbia trigona
Alusión especial merece la especie Euphorbia trigona, en cuyo látex se han encontrado proteínas antitumorales. Esta planta, conocida como “árbol de la leche”, es originaria del sudoeste africano que puede alcanzar los 3 o 4 metros de altura. Debe su nombre a la savia lechosa o látex de su interior, que resulta tremendamente irritante al contacto con la piel.
Pues bien, es en el látex de esta planta donde el Instituto Vasco de Investigación y Desarrollo Agrario encontró, en el año 2012, encontró tres proteínas que tienen la capacidad de atacar diferentes líneas de células tumorales. Estas proteínas, pertenecientes a la familia RIP o Proteína Inactivadora de Ribosomas, son las encargadas, junto a otras, de la defensa de la planta. Sin embargo, el hallazgo no quedó ahí; también se comprobó que las lectinas presentes en el látex poseen una función antifúngica.
Este descubrimiento ha abierto un gran campo de investigación en la lucha contra el cáncer, que a día de hoy todavía continúa.